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23 de Noviembre
¿De qué hablamos cuando hablamos de sexualidad? Somos parte de una generación que podríamos llamar bisagra. Probablemente ni tú ni yo hemos recibido educación sexual de ningún tipo, a nuestras madres se les agotaba el tema antes de iniciarlo o tartamudeaban cuando eventualmente intentaban explicarnos algo...y en la escuela el tema estuvo completamente silenciado durante décadas. Sí, leíste bien: décadas. Sin embargo, tenemos la inmensa responsabilidad de hablar con nuestros hijos e hijas acerca del sexo, del afecto, del cuidado del cuerpo propio y ajeno, del compromiso y principalmente: la responsabilidad de informar e informarnos.
Nos confrontan las voces de las nuevas generaciones que preguntan, que indagan, que con sed de saber acuden a nosotros, los adultos, buscando respuestas. Por eso somos privilegiados. Porque cada uno desde su lugar, puede transformar este vacío en la educación que recibimos, en un espacio lleno de contenido y de saber. Desterrar para siempre la imposibilidad y el “nunca me lo dijeron”, para dar un lugar real y concreto al conocimiento, siempre enriquecedor, de nuestra propia vida y de nuestro propio recorrido sexual.
La mayoría hemos aprendido la sexualidad como pudimos, de revistas, de vecinas... Del tremendo modelo del porno. De (malos) amantes y experiencias de dudoso gusto. Incluso, aprendimos del silencio de las instituciones que nos educaron con que “de eso no se habla”. Pero aunque mal aprendimos, ahora nos reivindicamos. Y hoy somos muchas las personas que levantamos la voz pidiendo educación sexual para nuestros hijos e hijas, la educación que no recibimos, la que aún necesitamos.
Porque siempre estamos a tiempo de cambiar y cambiarnos. Transformar el paradigma en el que crecimos por un nuevo paradigma superador en el que los niños y niñas que tenemos a nuestro cuidado sepan que la sexualidad es muchísimo más que penetrar. Es afecto. Es respeto. Es cuidar y cuidarse. Es el entendimiento mutuo y la aceptación de las diferencias. Es valorar la afectividad. Y es hacer valer los derechos sexuales y reproductivos.
Tenemos la opción de elegir, si quedarnos cruzados de brazos mientras vemos a las nuevas generaciones llenarse de dudas e interrogantes que repiten nuestra historia llena de incertidumbres, o estar a tiempo de elegir informarnos, educarnos nuevamente, aceptar nuestros baches y nuestra falta de conocimiento, para que a partir de ahí, pueda surgir una construcción más saludable respecto a la mirada que tenemos de nosotros mismos y de las otras personas. Hay mucho por aprender, un largo camino hacia el placer, mucho más allá de lo reproductivo o lo genital y que tiene que ver con reconocernos como sujetos deseantes. ¡Deseantes! nada menos. Que la educación sexual integral comience en casa. Pero que comience desde nosotros mismos, adultos curiosos que podemos y queremos cambiar el mundo propio y el mundo de los chicos y chicas que tenemos a nuestro cuidado.
Está comprobado que cuando los chicos y las chicas llegan a la adolescencia con mayor información acerca de la sexualidad, demoran el inicio de su vida sexual, porque no van al primer encuentro con tanta curiosidad sino con expectativas reales, información y datos concretos respecto a lo que puede suceder en ese encuentro. Esto, entre muchas otras cosas, genera una experiencia positiva en la sexualidad para los y las adolescentes, y se disminuye la tasa de embarazos no deseados cuando saben cómo y cuándo cuidarse en las relaciones.
La sexualidad y principalmente el placer femenino ha sido ubicado en un lugar secundario en los entretelones de la historia y fue relegado al dominio del modelo masculino. Por eso -irónicamente...o no tanto- para explicar la historia de la sexualidad femenina tenemos que remontarnos a la sexualidad masculina. En la Edad Media el poderío de la Iglesia Católica era tan fuerte, que imponía a sus feligreses que sólo podían tener sexo con fines reproductivos. El sexo anal, oral o las relaciones homosexuales eran considerados pecados porque su fin era el placer. Así como lo lees. La masturbación femenina era un pecado de los más graves: si una mujer se autoestimulaba y acariciaba sus genitales se consideraba que descuidaba sus obligaciones maritales y al olvidar su compromiso social, dejaría de procrear. Era castigada con un año de oraciones.
Si bien esto nos parece ajeno y un poco jocoso, mucho de esto aún sigue haciendo ruido y está muy presente en la mirada que tenemos de la sexualidad actual. Muchos hombres creen que la mujer alcanza el orgasmo sólo con penetración; que las relaciones homosexuales no son naturales, que el ano es sólo para defecar, o que el sexo oral es una práctica asquerosa que sólo hace un cierto “tipo” de mujeres. Sí, esas, las que son señaladas con el dedo.
Imaginemos también un contexto donde las mujeres no estaban silenciadas sólo en su placer y disfrute sexual, sino que además no tenían derecho al voto o a ocupar cargos políticos. Por eso, desde su origen, el feminismo se ha focalizado en arremeter contra el sistema que silencia y prohíbe a las mujeres los mismos derechos que a los hombres. Las mujeres debían cuidar de la casa, criar a sus varios hijos y tener relaciones sexuales con fines reproductivos con su marido y sin placer, o eran castigadas. No estamos hablando de la prehistoria, estamos hablando de hace 60 o 70 años atrás, donde las mujeres no podían votar, aprender a leer ni a escribir, no podían tomar determinaciones familiares...y mucho menos políticas.
Esta revolución que estamos viviendo, nos lleva a reflexionar acerca de que los logros alcanzados por el empoderamiento femenino, y la única manera de lograr más y mejores derechos para la sociedad, es trabajando hombres y mujeres en conjunto, no en veredas opuestas sino con miradas complementarias y facilitadoras de procesos que permitan entender una sexualidad plena y satisfactoria para todos y todas.
Probablemente los cambios significativos en la historia reciente de la sexualidad, -los últimos 50 años de feminismo, las investigaciones científicas de Masters y Johnson y la sofisticación de los juguetes sexuales femeninos, por ejemplo- han despertado un genuino interés en despertar a la sexualidad corriéndola del paradigma donde históricamente había quedado posicionada: la función reproductiva del sexo, como única función posible. Esto abre también una reflexión y una conducta asociada: si la sexualidad no es únicamente reproductiva, entonces tiene al menos una función más, la de poder dar y recibir placer.
La sexualidad vista así, alejada del modelo reduccionista de la genitalidad como único modelo posible del sexo, se convierte en un nucleo de variables donde se atraviesan factores físicos pero también emocionales. El sexo deja de ser genital para convertirse en parte de la esfera de bienestar de una persona, alimentando el autoconocimiento, la autoestima, el deseo, la pasión, el vínculo con otra u otras parejas sexuales, el placer, el cuidado del propio cuerpo y del cuerpo del otro.
Todo esto tiene, además, otra implicancia. Si bien es real que hay un paradigma que se abre y se corre del sexo únicamente como función reproductiva, también es cierto que muchos de los mandatos que hoy tenemos están ligados con esta sexualidad donde se espera un pene erecto y una vagina lubricada. Siempre. Pase lo que pase. No importa cómo. El pene tiene que erectar y la vagina tiene que estar húmeda. Sin embargo, nadie se había tomado el tiempo de explicarnos qué pasa cuando el pene no se erecta, o por qué a veces la penetración duele si la vagina no está lubricada.
Todos estos cambios y modificaciones muy positivas y favorables, que a lo largo de la historia reciente, en los últimos 30 o 40 años, han ido marcando un rumbo diferente para nuestra generación, siguen aún teñidas por mitos y tabúes que traemos de generación en generación. Por eso es que te decía al inicio que somos una generación bisagra: no hemos recibido ESI (Educación Sexual Integral), pero que a la vez tenemos a nuestro cuidado niños y niñas que piden y necesitan esa información, como parte de sus derechos de la infancia.
Nunca jamás nos cansaremos de llevar la bandera de la educación sexual integral, de incorporar la perspectiva de género, valorar la afectividad, cuidar el cuerpo y la salud, respetar la diversidad, y en definitiva, de velar por los derechos de nuestros chicos y chicas que nos miran, esperando respuestas que alguna vez también nosotros quisimos tener.
Lic. Mariana Kersz
Psicóloga y Sexóloga
@lic.marianakersz
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